Así es la ruta que poco a poco vamos dibujando entre Mala Vida y Tempesta Nocturna.
Sin expansiones, con pitones, dos juegos de friends, con largos vuelos y dificultades obligadas a menudo lejos del último punto de seguro: una línea apta sólo para los yonkies más enganchados a Montrebei.
Hace ya más de 4 años que empecé esta línea con Carlitos Kletterer, una sucesión de leves fisuras interrumpidas por zonas blancas, enigmáticas, sobre las que desconocía si nos iba a resultar posible pasar sin expansiones.
Un diedro ciego nos bloqueó a tres largos del suelo. Lo intentamos. Llevaba espitador pero preferimos esperar. Invitaríamos a algún amigo más fuerte, un arma secreta para superar ese tramo incierto.
entrando en la R4 después del diedro ciego, primer filtro.
Cuerdas colgando. El vacío es una de las características de la ruta
Volví al cabo de unos meses, después de una fiesta en Montrebei. Ese domingo amanecimos espesos, resacosos, y Tato (el arma secreta) intentó pasar en vano.
Superó el primer desplomito consiguiendo emplazar dos pitones a prueba de bomba. Dos espadas clavadas en sentido vertical hasta el ojo. A partir de allí terra incógnita. Unas veces a la derecha, otras a la izquierda, la mayoría hacia arriba, siempre acababa volando abajo. Después de darse un recital de zambombazos optamos por una retirada. Ya volveríamos con más punch.
El proyecto quedó en intento, y no sería hasta al cabo de un par de años que regresaríamos, esta vez sí, con el arma definitiva.
Desconozco si la lectura del "Príncipe de Maquiavelo" tendría algo que ver con la elección de esta segunda arma. Lo cierto es que un par de días antes de regresar anuncié a Tato de sopetón: "Tato, el sábado volvemos. He avisado a Unai por si tu no pasas. Pero tranquilo, la primera oportunidad es tuya".
Eso sí es meter presión, eso es ser un cabrón manipulador carente de escrúpulos.
Quienes conocen a Tato saben de su increíble capacidad para exprimirse a tope, para escalar al límite de sus fuerzas. Pocas veces le he visto vibrar con tanta violencia, sus temblores se transmitían por la cuerda hasta mi placa de asegurar. Tres metros "blancos" sin posibilidad de aseguramiento, inciertos, extremadamente técnicos, a puros pies, adiedrado, con dos pitones lejanos y un vuelo de infarto. Después de algunos sartus considerables, después de ver el tremendo estrés a que le había sometido, le sugerí que cediera el extremo caliente de la cuerda a Unai.
"Ni hablar!" espetó.
Y vuelta tajo.
Esta VEZ superó la zona más ciega. Y mientras remontaba para incorporarse en un diedro fisurado, el bloque del que traccionaba se desprendió. Vuelo de infarto hasta más abajo de la reunión.
Testarudo, es un auténtico máquina TESTARUDO.
Lo vuelve a probar.
No recuerdo el tiempo que empleó en ese largo. Sólo que finalmente lo superó y terminó montando reunión 25 metros más arriba en el interior de dos sorprendentes cuevas. Allí instalamos una cuerda fija, remonté y nos bajamos. Unai ni probó el largo. Se limitó a quedarse en la reunión inferior para -palabras textuales- "poder probarla a vista el día que regresemos".
Meses más tarde el día llegó. Unai no pudo venir.
Lo intentamos de nuevo y tomé un camino equivocado: Artifo, un recurso válido pero poco estético en el tipo de vía que buscábamos, indispensable porque la roca no se mostró generosa. Concluimos de forma poco elegante saliendo por otra vía. Nuestra ruta quedó escondida, discreta, esa es una de las ventajas de abrir sin expansiones.
Así hasta el sábado pasado.
Dos años después con las pilas de motivación a tope, los astros se alinean, y los tres mosqueteros -faltaba Kletterer d'Artagnan- enfilan su mirada al mar de roca gris que domina la parte superior de Mala Vida y Tempesta.
Amanecemos temprano para evitar los rayos del astro rey.
Salimos del coche a las 7 de la mañana desde el párking de Montañana.
Los tres primeros largos van calentándonos
L3, todavía"fácil" fruto de nuestro primera ataque sin Tato ni Unai
Alcanzamos el característico diedro ciego.
Esta vez le toca a Unai.
A priori debería resolver esa tirada con facilidad. En nuestra última razzia le asignamos 7a psicológico. Intenta por un lado y por otro. Destrepa, arriba, abajo, izquierda, un vuelo (presilla rota).
Descansa unos 20 minutos de un reposo inverosímil.
Aprieta los dientes y ensaya diversos caminos hasta resolver el jeroglífico.
Paso clave lejos de dos clavos
Mientras el rostro de Tato va reflejando una enigmática sonrisa. Adivino sus pensamientos: el largo es endabladamente psicológico, difícil de pasar incluso para alguien como el bizcochito...
Yo sonrío, no por el largo sino por el par de colegas marcianos que tengo.
Cueva y reunión. A partir de ahí se abre un campo enorme, una zona virgen bajo la aplastante fuerza del SOL, que ha rebasado la Pared de Cataluña y nos machaca sin piedad.
CALOR
Ahora le toca abrir a Unai, dejar su "sello", el de Tato ya marca ese cuarto largo.
Siempre en libre, le veo subir con una facilidad engañosa. Refunfuña y jura contra el sol, contra el calor. Después de 10 metros absolutamente verticales no le queda otra opción que clavar. Se cuelga de un gancho y oigo al martillo repicar. No suena a clavo atómico, y sin embargo le permite continuar su lucha particular.
Una hora más tarde grita reunión. Para pasar tengo que clavar allí donde él pasó en libre.Con la excusa de "reemplazar" ese pitón dudoso meto otro. Ese es uno de los problemas de llevar un "paquete" en una cordada extremadamente competente.
El largo sale espléndido, entre 7b y 7b+. Tato aprieta de segundo. Yo me conformo con superarlo.
entrada a R6
Repisa al pie de una zona gris, compacta, de apariencia más amable que el largo anterior.
Sol de justicia, moral escasa, calor abrasador, y motivación bajo mínimos porque con las horas que nos quedan tengo claro que no podremos salir por arriba. Un largo más nos permitiría ver lo que nos espera el próximo día.
Unai y Tato no tienen el mismo concepto de "monodedo"
Me toca. Empiezo con un sentimiento a medio camino entre de sentido del deber y las ganas de terminar.
Lo que parecía un diedro gris fisurado y agradable sólo admite algún pitón ocasional, sin dejarme otra opción que artifo o un libre obligado demasiado exigente para mis capacidades.
Renuncio exhausto cuando el sol se oculta tras la pared de Aragón.
El cansancio hace mella después de 12 horas
Como los vampiros, Unai recupera las ganas de escalar con la penumbra. Y de nuevo un recital de libre expuesto y obligado.
Monta reunión y Tato sube a desmontar el largo. Yo opto por quedarme donde estoy, agotado.
Los últimos metros del largo superan un conjunto de roca dudosa. Tato limpia.
Abajo en la reunión, me siento como los habitantes de Sarajevo. Mi vida se reduce a esconderme de la lluvia de bloques que explosionan al impactar en la pared. Huele a azufre y no es el infierno. La oscuridad nos envuelve. Es tarde, sólo queda rapelar.
Bajar también es un arte, y mi currículum de abandonos contribuye a nuestra tranquilidad.
Una hora más tarde nos saludamos a pie de pared, y pasada medianoche alcanzamos la comodidad de las furgonetas.
Vaya rutón.
Volveremos a completarlo, espero que entrando por Tempesta...
Compadezco -y admiro- a sus futuros pretendientes.