Especie del género homo que escala y habita en las grandes paredes (tapia).
No confundir con la que medra en los bares tomando "tapas"
fuente Wikipedia
Doce años y seis ataques han hecho falta para terminar este proyecto cuyo principal aliciente es superar a base de friends clavos y una cierta dosis de valor, un muro de apariencia inexpugnable.
Hemos trabajado en equipo.
Esta vez actué en modo "Jean Todt", director de un engrasado equipo de Fórmula Uno, la
Scuderia Ferrari, quien manipulaba a su gente exprimiéndolos para sacar lo mejor de ellos sin mancharse las manos.
Mis tareas consistieron en manejar los tempos, liberar las energías de mis prodigiosos amigos y empujar con mano aterciopelada, a veces puño de hierro.
En un lejano 2006 convencí a Carlitos para empezar una de esas rutas que vas dibujando en tu cabeza.
Avanzamos hasta que una zona de séptimo obligatorio nos detuvo en el cuarto largo. Sólo hubiéramos podido pasar en libre salvaje o taladrando.
Ahí se terminó nuestro sueño. Temporalmente.
Enredé a Tato, y tampoco llevamos taladro.
En su primera tentativa no conseguía superar el tramo
blanco.
Kletterer y yo, acojonados, contemplamos desde la reunión los vuelos sin motor de este animal. Él cayendo hacia abajo hasta 10 metros amarrado a dos clavos milagrosos. Nosotros hacia arriba propulsados como resortes por su energía cinética hasta que conseguíamos detenerlo por debajo del relevo, una reunión sobre un clavo bueno, un fisurero falcado con madera y otro clavo mediocre.
Bajamos al suelo con el rabo entrepiernas dudando sobre si volver con taladro y chapas.
En la siguiente tentativa seleccioné carta ganadora: Fiché a Unai, el máquina total del libre.
Lo engatusé con la promesa y el reto de abrir un largo que había rechazado a Tato.
Pero me eché atrás: Tato exigía otra oportunidad.
Accedí. No por piedad ni caridad, sino por el perímetro de sus antebrazos... le apodan "
Conan", un compañero a quien siempre querrías a tu lado en la batalla, un enemigo al que nunca vencerías. Por eso, cuando "sugirió" probar de nuevo asentí, no sin antes advertirle que, de no pasar
en libre, el turno correspondería a Unai.
Y voló
voló hasta 5 veces.
La penúltima arrancando con su mano derecha un pedazo de roca del tamaño de una cabeza cuando ya superaba la sección obligada. Extremadamente
emocionante.
Sólo en su postrera oportunidad, cuando Unai ya se frotaba las manos y se calzaba los gatos, consiguió sobrepasar esa zona blanca. El largo estaba resuelto, y con ello la clave de la vía.
En la siguiente jornada le tocaría a Unai abrir otro largo espeluznante. La luz del sol y mi temple se difuminaron mientras desmontaba la tirada atado a una sola cuerda de 8,0 mm. Perdí cualquier vestigio de autoridad al meter un clavo a mitad de sección, por pura cobardía, donde no conseguía pasar ni de segundo.
Volveríamos un año más tarde a concluir la vía por una salida que nos defraudó.
La acabamos en artifo por una sección de roca fea y desangelada que contrastaba con ese inicio en libre alucinógeno.
No la publicamos. Decidimos que valía la pena buscar alternativa en libre.
19 de Noviembre 2017
La historia termina doce años después de su comienzo.
Identificamos una alternativa abominablemente difícil, probablelmente expuesta, y para eso convocamos de nuevo a Unai.
Esta vez los papeles se tornan: Unai empieza, y mi
as en la manga será Tato, armado de clavos, martillo y pedales, capaz de superar en artifo cualquier sección que rechace al Blanquito.
En pos de la efectividad accedemos desde arriba, rapelando.
La luz del día acaba pronto en noviembre. Subir desde abajo del Congosto, superar los seis largos exigentes que nos separan de nuestro punto más alto, implicaría no escalar terreno nuevo, no abrir. Quizás incluso vivaquear. Con la edad me he vuelto práctico, inmune a la épica montañera.
La promesa de un largo imposible en lo alto de Catalunya se desvanece durante el rápel al tiempo que dibujamos la línea de nuestra ascensión.
La roca y los movimientos se suceden conforme previsto.
Acabamos. Acaban.
Me relegan al papel de comparsa.
Tato se zampa un primer largo tramposamente fácil. Un movimiento de 6b y el resto de 6a. Magnífico y bello.
Unai el segundo. Fácil dice él. Una lucha de hora y media siempre en libre, al rotpunk, sin colgarse siquiera, sin pitonar.
7a+ sugiere.
Limpio con el martillo y dejamos un par de fisus y un clavo de un abandono inexplicable, acaso un embarque antiguo de la Tempesta, quizás un desliz.
Una trepada de IV conduce a la cima.
Concluimos la vía. Ha salido dura pero humana.
La tentación vive arriba: Nos esperan 3 compañeras deliciosas triple malta. Imposible resistirnos.
Bajamos haciendo eSSSes.
Reseña sencilla, apenas una foto para que los amantes de la "aventura" vibren como cuerdas de guitarra.
Pensaréis que no es para todo el mundo,
y es verdad...
Si alguien tiene interés, puedo enviarle otra para cobardes, con pistas y detalles que facilitan la repetición... pero tendrá que sobornarme.
Homo Tapiens.
Somos animales de pared
hoy más carcamales que tsapiens, casi fósiles en vías de extinción...
Los
Tapiens se difuminan. Últimos coletazos.
La edad dorada pasó, se desvaneció como la tranquilidad de las paredes del Congosto.
Otras especies merodean ahora por Montrebei: hordas de paseantes urbanitas, griterío, excursionistas y, de vez en cuando, una pequeña tribu de atletas destinados a escribir las páginas de la escalada en Montrebei.
Al otro lado del Congost Nil, Bernat y Marc liberan sin martillo ni clavos
Ksur-ul-Aina, el eterno monstruo de Aragón, ajeno al paso del tiempo