Han pasado 8 años desde que conocí a Iñaki
pero su recuerdo todavía pervive fresco en mi memoria.
Cecilia en mitad de un fabuloso mar de gris salpicado de erizones verdes. Quinta reunión
Bajábamos eufóricos después de recorrer "su" Graciela en la Fuenfría junto a Albert Castellet, la cascada más impresionante que habíamos visto en la vida.
Graciela en plena edad del hielo, mi época, la de mamuts y dinosaurios
Intercambiamos sensaciones en el bar de Saravillo con los ojos húmedos de emoción, todavía jadeando del esfuerzo, todavía exudando miedo y adrenalina.
a punto de cabalgar al monstruo de afilados colmillos
Iñaki nos explicó que había encadenado ese largo de hielo desplomado, soberbio, extraordinariamente físico. Me pareció ciencia ficción ya que a duras penas conseguí superar esa sucesión de techos y desplomes helados en técnica de artificial de tornillo.
El cabronazo -no se me ocurría otra palabra, tanta admiración me causó- había necesitado apenas un par de intentos para sacar el rotpunk.
No soy capaz de pronunciarme: esas elucubraciones entran en la categoría de OPINIÓN, de gustos, de estética.
El tiempo dirá si fue un iluminado o un avanzado. Lo que está claro es que llegó primero, lo vio, y lo abrió a su gusto años antes de que el Dry entrase con fuerza en escena.
Compartí con él apenas tres conversaciones y un par de cervezas, insuficiente para conocer a alguien, insuficiente para entablar amistad, pero suficiente para que me impresionase por su capacidad para descubrir líneas increíbles y sugerentes.
Quizás porque vivía allí, quizás porque pasó primero. Pero también y sobretodo porque tenía esa pasión que te impulsa a investigar sin descanso, a observar la montaña con ojos ávidos, inteligentes. Porque Iñaki era un niño lleno de sueños con voluntad suficiente para convertirlos en realidad. Si tenías la suerte de escucharlo su ilusión te arrastraba como la corriente de un río desbocado.
Cecilia abriendo la extraordinaria fisura del séptimo largo
Minutos más tardes me asegura y contempla mis apuros el la placa con que concluye el largo
Dos años antes, en el 2002, había visitado la cara Oeste de la Montañesa con la intención de repetir la ruta de otro incansable explorador, Armand Ballart, quien trazaría la Normal de Punta Sola en una enorme aguja adosada a Peña Montañesa. Casi tres horas y media nos costó encontrar la ruta. Durante esa aproximación descubriría dos cuerdas estáticas enfilando hacia dos diedros sugerentes.
Eran de Iñaki y Cecilia.
Joana exultante de alegría después de chapar un bolt alejado en el 5 largo
En verano del 2011 regresé a Punta Sola con Marc Vilaplana para abrir la Serial Driller.
Durante 4 o 5 días recorrimos en nuestras idas y venidas la base de la pared Oeste para trabajar en la ruta, y a cada paseo esas dos cuerdas estáticas nos lanzaban cantos de sirena.
Marc iniciaría entre ambas una nueva ruta acabada este año, Caminant, con Ignasi, posiblemente una de las mejores líneas en su grado, demasiado difícil para mí.
Las estáticas seguían flasheando en mi cabeza, me obsesionaban.
Acabé llamando a Cecilia:
Oye Cecilia, ¿ te importaría que acabase una de esas líneas ?
¿ querrías venir ?
Respuesta afirmativa: excitación.
Siete días de trabajo y de goce repartidos en dos años hasta concluir El Señor del Hielo, una vía soberbia imaginada por Iñaki y Cecilia en uno de los muros más fanáticos del prepirineo.
Comparte escenario con lo más duro y salvaje de Montañesa: Sin Casa sin perro, Ver Venir, Caminant, auténticas obras de arte al alcance de pocas cordadas.
La nuestra desprende un tufillo algo más comercial, más "shakira" que diría Toti, con chapas en los pasos complicados. Aun así os obligará a escalar, os exigirá un repertorio de movimientos variados, un baile con la roca donde exhibir vuestra riqueza gestual.
Toti danzando relajado. Los dos días anteriores se zampó Caminant y Ver Venir.
Esto era un juego de niños
La roca, sputnik, como sólo Montañesa es capaz de dar.
Final del tercer largo, el que más esfuerzos nos costaría de abrir.
Desestimamos el recorrido inicial y abrimos dos líneas distintas tratando, en vano, de encontrar un camino fácil.
Dos metros imposibles (para mí) que son fuente de frustración. No supimos. Quizás la Montañesa no nos dejó...
¡Cómo me hubiera gustado solucionar la excesiva dificultad de ese tramo !
Gracias Cecilia por compartir este viaje.
A los amigos que nos habéis ayudado, gracias por estar ahí.
Gracias, Montañesa, por concedernos estos regalos.
A Iñaki, un saludo donde esté